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Deporte y outdoor

Bosque de Calabacillo: El pulmón sumergido que custodia la biodiversidad de Navidad

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Bajo las aguas gélidas de Matanzas se esconde el Bosque de Calabacillo, el primer Santuario de la Naturaleza marino de Chile destinado específicamente a proteger un ecosistema de macroalgas. Este hito de conservación, nacido del esfuerzo conjunto entre pescadores locales, científicos y la comunidad, resguarda un pulmón submarino vital que sostiene el equilibrio ecológico de toda la costa de la Región de O’Higgins.

El protagonista de este refugio es el calabacillo (Macrocystis pyrifera), un alga gigante que forma verdaderas selvas bajo el mar, proporcionando estructura y vida al fondo marino. Estas catedrales vegetales no solo actúan como barreras naturales contra la fuerza del oleaje, sino que sirven de guardería y zona de reproducción para cientos de especies, desde pequeños crustáceos hasta peces de gran valor comercial.

Lo que hace único a este santuario es su origen ciudadano, donde los sindicatos de pescadores comprendieron que proteger el alga era, en definitiva, asegurar el futuro de su propio oficio. Esta visión de manejo sustentable ha convertido a la comuna de Navidad en un referente nacional de conservación, demostrando que el desarrollo turístico y la explotación de recursos pueden convivir si existe un respeto profundo por los ciclos de la naturaleza.

Para el visitante de Explora Matanzas, el Bosque de Calabacillo representa una oportunidad de conectar con la riqueza invisible que sostiene la vida en la superficie del litoral. A través de la educación ambiental y el avistamiento de fauna asociada, el santuario se ha transformado en un pilar del turismo regenerativo, atrayendo a un público consciente que busca experiencias con propósito y menor impacto ambiental.

Mantener la integridad de este ecosistema es el gran desafío actual de una zona que crece a pasos agigantados, exigiendo una vigilancia constante contra la contaminación y el cambio climático. El Bosque de Calabacillo es el recordatorio de que la verdadera magia de Matanzas no reside solo en su viento y sus olas, sino en la capacidad de su gente para proteger el tesoro que late silencioso bajo el Pacífico.

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